Narra una leyenda oriental que un discípulo hizo a un día a su maestro esta observación
-Rabí, se dice que Dios es perfecto; sin embargo, a pesar de haber empleado seis días para crear el mundo, éste no es perfecto.
-Acaso, tu lo habrías hecho mejor?-contestó el maestro.
-Ciertamente!-tartamudeó el discípulo, expresando su pensamiento, sin mucho reflexionar.
-Si es así, terminó diciendo el Rabí, no pierdas tiempo, ponte enseguida al trabajo!-
Un periodista estaba quejándose de la situación de la iglesia en el mundo y pidió cuál fuera la causa a la madre Teresa de Calcuta. Ella, después de un momento de perplejidad, preguntó si podía hablar con confianza.
-Claro que sí-respondió el periodista.
Entonces, la madrecita de los leprosos observó con calma: -Hay sobre todo dos cosas que no funcionan debidamente.
-Cuáles? pregunto el otro.
-Usted y yo.-Contestó la madre Teresa.
La llamada a la conversión resuena muchas veces en la Biblia. Las primeras palabras dichas a Jesús y consignadas en el Evangelio de San Marcos son estás: ¨Convertíos¨ (Mc 1, 15).
La verdadera conversión para a través de dos coordinadas psicológicas. Es ante todo, un cambio de mentalidad (metanoia), por lo que se empieza a pensar no tanto en parámetros de criterios humanos, cuanto más bien con la óptica del Evangelio. En segundo lugar, la conversión es cambio de conducta y de acción (epistrophé), como reflejo y proyección de la transformación mental y del corazón.
Toda la dinámica de nuestra esencia de criatura nos invita a la conversión, es decir, a movernos generosamente hacia el país de los valores y de la virtud.
Puesto que la vida, limitada por los intereses personales, acaba con volverse, pronto o tarde, insoportable; solamente abriendo de par en par las ventanas sobre el mundo más espacioso de la perfección cualitativa de nuestro ser, podemos también tolerar los aspectos más trágicos de la existencia.
La vida se nos ha dado para que sea transformada en mejor. Creados a semejanza de Dios, estamos invitados a volvernos imágenes nítidas.
Nacer es un don, pero llegar a ser hombres ¨promovidos¨ es un arte. Ser plenamente hombres quiere decir empeñados en la consecución de aquel fin por el cual fuimos creados, por el contrario, ser los enemigos de la vida equivale a no tener nada digno por cumplir mientras somos destruídos por el tiempo. También la libertad nos ha sido dada para tener la posibilidad de ser virtuosos, mejores.
La conversión es, secundariamente, también una responsabilidad de familia, una exigencia comunitaria, en fuerza de nuestra solidaridad social.
La ola que vemos en la orilla del mar es el impulso de todo el océano; un sonido lanzado en el espacio hace vibrar toda la atmósfera, un transistor abierto detecta cualquier contacto eléctrico y todas las otras interferencias de sonido. También en el cuerpo humano rige la ley de la solidaridad. Uno de nuestros órganos enfermos bloquea todo el cuerpo, en cambio, un órgano super-vitalizado influye con energía y movimiento sobre las otras partes del cuerpo.
Esto vale también a nivel moral. Hay la comunión de los Santos en el bien y hay la comunión de los pecadores en el mal.
Nosotros no nos estamos desligando del contexto social, pero to nuestro gesto y acción representan un momento en el cual o baja o se eleva, espiritualmente, la humanidad. No basta, pues, la ciencia para imprimir en la sociedad una dimensión moral, sino que necesitamos que la conciencia del bien pase por el corazón de cada uno. Un cuchillo: en las manos de un cirujano es un bisturí que sana, pero en las de un asesino es un puñal que mata.
No queda otra cosa, sino formular algún propósito para que nuestra meditación se vuelva empeño de acción.
La conversión! Tal vez es ésta la tarea más bella de la criatura! Todo hombre siente la necesidad de subir siempre más arriba en personalidad. Sólo el hombre mediocre está a la altura de sí mismo.
Si no centramos este fin primario de nuestra existencia, nos ponemos completamente fuera de la armonía del universo y del derecho de juzgar a los hermanos.
La vida es siempre breve: también 100 años son solamente 36,500 días, pero vivir 20, 50, 90 años no es todo esencial, la cosa más importante es convertirse en hacer el bien, el generar a nosotros mismos a la virtud.
El verdadero bienestar no consistes en poseer, sino en ¨bien-ser¨, es decir, en ser para el bien, en hacer florecer en nosotros el bien y la virtud.
En tal forma nuestra conversión será también una bendición para los otros. La gente espera ser enriquecida con valores evangélicos.
No es necesario que nos presentemos al mundo con gestos clamorosos, heroicos: el que camina haca el Señor es ya un testimonio ferial del Reino de Dios. Mas bien, muchas veces, son las realidades más humildes, las que condicionan las que son más deslumbrantes.
Un proverbio toscano dice: ¨Para impedir que un carro baje en declive o para que volque el que sube, basta una piedra¨.
No debes desanimarte si tu conversión no es perfecta. Ciertamente, es algo maravilloso correr expeditamente en el camino de la santidad, sin embargo, también cojeando algunos momentos esto no impide que tu puedas llegar igualmente.
Nuestra conversión no es sólo un pasar ocasional del pecado a la gracia, sino un recorrido lento, a veces trabajoso y arriesgado, que va desde lo exterior hacia nuestro yo interior: es decir que la conversión no es un punto de llegada, sino un continuo andar hacia la pureza sustancial de la vida, no es un ocaso sino aurora.
Sería indudablemente bello empezar hoy mismo, valerosamente. Deberíamos trasladar a mañana sólo aquello que, en el momento de la muerte quisiéramos no haber nunca cometido.
Señor¡ Tu me llamas y me atraes y quieres que vaya a Ti...
En medio de mi angustia yo siento tu voz que me invita a caminar hacia Ti.
Cuan bello es, Señor, empezar de nuevo a buscarte cada día!
Re-empezar es como renacer, es como volver a ver el Sol!
Emprender a andar de nuevo es creer de veras en tu amor, por esto mi alma
canta sin nunca cansarse!
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