La geografía del miedo se extiende siempre más, nos atenaza como una fatalidad, tal un castigo de Dios y buscamos una vía de liberación.
La Biblia con su amplitud casi triunfal, 366 veces nos exhorta a ¨no tener miedo¨, y casi 820 veces nos repite ¨estar en paz y en el gozo¨. También el ´discurso de las Bienaventuranzas´ pronunciado por Jesús, no es otra cosa que ¨el gran manifiesto de nuestra paz¨.
Para una eficaz estrategia de la paz personal e interior (omitimos aquí considerar la paz en dimensión socio-político-nacional) puntualizamos enseguida dos premisas:
Primera: Que la paz no es una victoria que se puede obtener en un día, sino que es una conquista que nos empeña de por vida: es como una casa en construcción en la cual cada día hay que añadir un ladrillo.
Hay que notar en segundo lugar, que la verdadera paz no consiste en algo objetivamente externo. La paz de la casa es el corazón el hombre. Toda paz auténtica es fruto de armonía interior, de orden moral, de madurez religiosa.
La Bienaventuranza del corazón, repitámoslo, parte de nuestras disposiciones interiores.
Lucio Aneo Séneca, muerto en el año 65 después de Cristo, viendo que su amigo Lucilo se empeñaba en viajar por el mundo en busca de paz, le escribió así: ¨Cual ventaja puedes alcanzar en todos tus viajes, en ver ciudades y lugares, novedad de paisajes, su huyes de ti mismo? En ninguna parte encontrarás aquella paz que buscas, si no lograrás modificarte a ti mismo!
Queremos la paz? busquemos primero ser capaces de revisar, con humildad, nuestra verdadera realidad de criaturas. Vive de tal suerte como si todo dependiera de ti; pero, consérvate sereno como si todo dependiera de los otros, de Dios.
Prométete a ti mismo, cada día, olvidar también los errores del pasado, para mirar cuanto de bello puede hacer en tu presente. Sepas que también la meditación de tus faltas pueden ser principios de sabiduría. La experiencia proviene de los hechos vistos y de la sabiduría de los errores cometidos.
No seas demasiado engreído. Bienaventurados los que saben reírse de sí mismo, porque nunca dejarán de divertirse!
Una segunda pista: para hallar la paz es el volver a la contemplación de la naturaleza.
El hombre de hoy, en vez de contemplar el inmenso templo de la creación, prefiere siempre encerrarse en adoración al ¨santo coche (auto)¨. Cabría salir un poco de esa mazmorra (cárcel) de nuestra sociedad plagada de motores para admirar tantas variedades de la naturaleza, creadas por el amor de Dios para nuestra paz.
Si serás capaz de mirar el sol que nace o tramonta; las nubes que corren o la lluvia que caer, si serás capaz de escuchar el canto de las aves, el del viento o la dulce melodía de un riachuelo, si serás capaz de contemplar la sonriente policromía de una flor o el cielo bordado de mosaico de estrellas o el mar a veces tan hermoso y centelleante como un fino tejido oriental, si eres potente en la tempestad, como una explosión atómica: todo esto será poesía para tu corazón y paz para tu alma!
La pista más difícil para la paz es ciertamente aquella donde encontramos a nuestro prójimo. Los otros pueden ser un infierno, como replica el filósofo Sartre, o bien un paraíso, como enseña el Evangelio.
No acercarse al prójimo creyéndolo enseguida un enemigo, Si el viaje que realizas con el prójimo está enraizado de dificultades, con frecuencia esto proviene no tanto de los guijarros de la vía, cuánto de los granitos de arena que entran en tus zapatos. Es el egoísmo que nos hace melnacólicos en el diálogo con la gente!
En cambio, bienaventurados lo que en el encuentro con los otros, se sientes dispuestos a hacer para ellos algún pequeño sacrificio, sin buscar recompensas.
Bienaventurados aquellos que están disponibles hacia los demás sin sentirse indispensables.
Bienaventurados los que saben olvidar alguna grosería y no dejan de donar al prójimo su sonrisa.
Solo así nuestra jornada podrá ser siempre llena de sol, también si el cielo está nuboso.
El palacio de nuestra paz tiene, como cuarta y última pared, la amistad con Dios.
Las almas que eliminan de propósito, la amistad y alianza con Dios no puede vivir en paz.
Un hombre sin Dios se halla amargamente solo. En sentido opuesto, acercarse a Dios es acercarse a la alegría frente a la cual todas nuestras pequeñas felicidades terrenales no son otra cosa que un símbolo y una pregustación. Es en Dios que la fiesta de la conversión se vuelve plenitud de paz.
En una encendida conclusión de su predica Jerónimo Savonarola, el austero dominico que, en los comienzos del siglo XVI, fascinaba a las multitudes florentinas dijo:
¨Tu eres el dulce Dios, Señor eterno, lumbre, consuelo, y vida de mi corazón...
Cuanto más me acerco a Ti, discierno que el gozo, sin Ti es dolor.
Si tu no existieses, el cielo sería infierno, porque quién no vive contigo, muere.
Tú eres alquel verdadero y sumo Bien perfecto, sin el cual se torna llanto todo deleite...¨
He aquí un augurio que encontramos escrito en el breviario de Santa Teresa de Jesús:
¨Nada te turbe. Nada te asuste. Todo pasa. Dios no cambia. La paciencia alcanza todo. Cuando tenemos a Dios en el corazón, nada falta. Dios sólo basta.¨
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