Para comprenderlo recordemos que el Hijo de Dios tiene dos nacimientos: uno eterno y otro temporal.
Uno eterno, porque Él viene del Padre desde toda la eternidad, y así lo decimos en el Credo de la Misa: nacido del Padre antes de todos los siglos. Nace del Padre de manera semejante a como el pensamiento y la palabra nacen del espíritu del hombre; por eso al Hijo de Dios se le llama también el Verbo (la Palabra).
Otro temporal, porque cuando llegó a la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo (a su Verbo o Palabra), nacido de una mujer (Gál. 4, 4).
Entonces fue cuando el ángel del Señor llevó la embajada de María, y el Espíritu Santo descendió sobre ella, y el Hijo de Dios tomó carne de María y se hizo hombre como nosotros y para poder sufrir por nosotros. Como hombre sufrió y como Dios dio a su sufrimiento valor infinito.
En fin de la Encarnación fue redimir a los hombres. En consecuencia: Jesucristo es Dios desde la eternidad y se hizo hombre en el tiempo, y por lo mismo el Hijo de María es Hijo de Dios.
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