Protégeme, Señor de los proyectos de los envidiosos
cúbreme con tu preciosa sangre salvadora,
rodéame con la gloria de tu resurrección.
Cuídame por la intersección de María,
de todos tus santos, de todos tus ángeles.
Haz un cerco divino a mi alrededor,
para que el rencor de los envidiosos
no pueda penetrar en mi vida.
Dios mío mira a los que quieren dañarme
o desprestigiarme porque me tienen envidia.
Muestrales la fealdad de la envidia.
Sana sus corazones de la envidia,
cura sus heridas más profundas,
y bendícelos para que sean felices,
y ya no necesiten envidiarme.
Confío en ti Señor.
Señor,
tú me conoces y sabes que no soy perfecto,
que hay muchas cosas que todavía puedo cambiar.
Hay mucho que pulir y mejorar
en mi manera de ser y de actuar.
A veces, no quiero reconocer mis defectos,
y me lo oculto a mí mismo; y esos defectos me traen muchas
dificultades, porque despiertan el rencor de los demás,
la envidia, el desprecio.
Ayúdame a descubrir mis actitudes de orgullo,
indiferencia o desprecio, mis egoísmos y comodidades;
ayúdame a ver todo eso que cae mal a los ojos de los demás.
Y dame tu ayuda divina para que pueda cambiar.
Porque si mis actitudes son más agradables y sinceras,
las envidias de los demás se disiparán como el vapor.
Tócame con tu gracia, y embelléceme con virtudes y
dones que me hagan más agradable a los ojos de los
hermanos.
Señor Jesús, muchas veces te he contemplado crucificado
y me he compadecido de tu dolor.
Muchas veces te he ofrecido pequeños sacrificios
como una respuesta de amor a lo que hiciste por mí en la cruz.
Muchas veces quise abrazarme a ti,
uniendo mis dolores a los tuyos.
Pero hoy me pides que aceptes algunas humillaciones
que sufro; me pides que entregue mi orgullo herido,
y que acepte algunos de los sufrimientos
que me causan los envidiosos.
Porqué también tú pasaste por esas angustias.
No quiero pretender ser más que tú, Jesús,
y acepto tener que sufrir un poco a
causa de la envidia ajena.
Te lo ofrezco con todo mi cariño,
para que mi corazón no se obsesione ni se atormente.
Señor Jesús, que perdonaste a los que te envidiaban,
te lastimaban y te crucificaban,
solo tú puedes regalarme la gracia del perdón liberador.
Coloca en mi corazón el deseo sincero de comprender
y perdonar a los que me envidiaban,
para que pueda mirarlos con tus ojos de amor y compasión.
Dios mío, lleno de gloria, rico en maravillas,
repleto de bondad y de belleza,
quiero alabarte con todo mi ser.
Tú mereces que yo me postré ante ti
y te adoré con alegría y paz.
Nada en esta tierra tiene derecho a dominar mi corazón,
y a refrenar mi alabanza.
Porque si dejo de alabarte toda mi vida se debilita.
Quiero alabarte, Señor y sé que así seré fuerte
para que los envidiosos no puedan dominarme.
Pero también te adoro por ellos,
porque son tus criaturas amadas
y por qué en ellos también
y por qué en ellos también
hay reflejos de tu hermosura.
Señor, tú quieres que yo sea un instrumento
tuyo para bendecir a los demás,
y cuando yo los bendigo,
tú derramas tu bondad en sus vidas.
Quiero bendecir a los que me envidian y persiguen,
quiero desearles que les vaya bien y
que sean felices; que te conozcan,
te amen, y aprendan a vivir tu Palabra;
que sean santos y buenos.
Yo los bendigo, Señor,
con los mejores deseos de mi corazón,
porque así, tarde o temprano,
dejarán de desear mi mal.
Señor, ya no quiero que el miedo a los
envidiosos me obsesione y me quite la calma.
Yo soy amado por ti y tengo la dignidad de ser tu hijo.
Quiero vivir libre y sereno.
Reconozco que el orgullo me hace doler el alma
cuando los envidiosos me critican.
Pero quiero vencer ese orgullo y conocer
la libertad de un corazón simple y humilde.
Hoy levanto la cabeza, Señor y decido caminar erguido,
seguro, con dignidad, como hijo tuyo amado,
cómo tú quieres que camine.
Señor mío, Dios adorado, tú sabes cómo el corazón
se me llena de temor, de tristeza y de dolor
cuando descubro que me tienen envidia.
Pero yo me encomiendo a ti, mi Dios,
que eres infinitamente
más poderoso que cualquier ser humano.
Quiero que estén en tus manos todas mis cosas,
mis obras, mi vida, mis seres queridos.
Todo te lo confío mi Dios, para que los envidiosos
no puedan causarme ningún daño.
Y toca mi corazón con tu gracia para que
conozca tu paz, para que de verdad confíe en ti
con toda mi alma.
Amén.
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