Bendita sea tu Pureza,
Y eternamente lo sea,
Pues todo un Dios se recrea
en tan graciosa belleza.
A ti, celestial Princesa,
Virgen Sagrada María,
Te ofrezco desde este día
Alma, vida y corazón;
Mírame con compasión;
¡No me dejes, Madre mía!
La oración nos ayuda a creer, esperar y amar, incluso cuando nos dificulta nuestra debilidad humana (San Juan Pablo II, Carta Novo incipiente 8-IV 1979, n.10).
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