Dichosos aquellos en quienes Jesús reinará eternamente,
porque ellos también reinarán con él, y su reino no tendrá fin.
¡Oh que dichoso es aquel reino en que se congregaron
los Reyes para alabar y glorificar al que es sobre todos Rey de los Reyes
y Señor de los Señores, cuyo resplandeciente rostro contemplarán
los justos y brillarán como el sol en el Reino de su padre!
¡Oh, si de mi, pecador, se acordara también Jesucristo
según la bondad que se ha dignado mostrar a su pueblo,
cuando haya de venir a su reino!
¡Oh, si en aquel día en que ha de entregar el reino de Dios
y al Padre, quisiera visitarme con su asistencia saludable,
para verlo yo colmado de los bienes de sus escogidos
para gozarme yo en la alegría que es propia de su pueblo.
y que esta misma misericordia fuera eterna materia para darle
alabanzas en compañía de su heredad!
Venid entre tantos Señor Jesús y quitad los escándalos
de vuestro reino que es mi alma, para que vos reinéis como es natural en ella.
Porque viene la avaricia y quiere asentar en mí su trono;
la jactancia; quiere dominarme,
la soberbia quiere ser mi rey,
la lujuria, dice, yo he de reinar;
la detracción, la ira, la envidia, combaten en mí mismo, sobre mí,
disputando entre sí de cuál de ellas debo ser esclavo principalmente.
Y yo, cuanto puedo resisto, cuanto puedo me esfuerzo,
doy voces a mi Señor Jesús, me derramo en su presencia,
porque conozco que tiene en mí todo derecho.
Tengo a El por mi Dios, tengo a Él por mi Dueño, y digo:
no tengo otro Rey que mi señor Jesús.
Venid, pues, Señor, dispersadlos con al fuerza de vuestro poder,
y reinaréis en mí, pues vos sois mi Rey y mi Dios,
que sólo con mandarlo habéis salvado tantas veces a Jacob.
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